domingo, 27 de febrero de 2011

Cuando era chiquita la cosa era muy simple. M gustaba alguien y lo único que tenía que hacer p ser feliz era imaginarme un noviazgo con él, o hacerselo saber con una amiguita y terminar siendo novios. Si, diciendo por acá y por allá que tengo novio y blabla. Felipe, mi primer novio, a los 4 años, rubio de ojos claros, un pendejo divino! (Contaba con un gusto totalmente diferente al de hoy en día). Y no quiero agrandarme pero... nos dimos un beso en el cachete una vez. Todavía no m acuerdo cómo llegué a ser su novia, si había nenas más lindas en nuestra salita, ¿por qué m habrá elegido a mi? ¿O habrá sido que yo fui la única que le dió bolilla? Por suerte no era como Jose, mi mejor amiga de ese entonces, que tenía no uno, tres novios ¿qué tul? no perdía ni un poco de tiempo. Y las preguntas son las mismas que a veces nos hacemos de grandes.
Lo analizable, diría yo, es la inocencia que implicaba todo esto. Bastaba con decir que un compañerito era tu novio que él automáticamente lo aceptaba y no había chances p otra. No necesitabas ni estarle encima, ni controlarlo, ni siquiera hablarle (o escucharlo hablar, que sería peor). Y pienso... ojalá ahora fuese así! Sin tantas preocupaciones, reclamos y celos, menos problemático. Porque las relaciones en sí traen problemas, y lo peor es que la sociedad de la que vivo quejándome influye y mucho. Por todo ese tema de que no se acostumbran a vivir su propia vida y no guardar rencor por, básicamente, estupideces.
La burla es el escudo de la envidia. El resentimiento... una muestra de rencor, con la vida, con uno mismo, con los demás. Y es que siempre se están buscando razones p culpar a los demás por las desgracias de uno mismo. Y... como ya lo dije muchas veces, nosotros somos los artífices de nuestra vida. El protagonista, y el antagonista a la vez. Porque vivimos en una lucha con nosotros mismos constante, tomando decisiones, eligiendo o intentando elegir lo mejor, y a veces hasta sin valorar que tenemos la posibilidad de elegir.
Siempre decimos que extrañamos nuestra niñez. Cuando un gran problema era que no dieran el dibujito que nos gustaba o que nuestros amigos no quisieran jugar a lo mismo que nosotros.
Y la realidad es que nosotros somos quienes debemos ocuparnos, en vez de preocuparnos. Somos nosotros quienes le damos la importancia a los problemas. Siempre vamos a creer que lo que nos pasa a nosotros es lo peor, sin pensar en que hay cosas aún peores, gente que la pasa muy mal, mientras nosotros hacemos un mundo de algo que, en el fondo, sabemos que va a pasar. Como dicen: no hay mal que dure cien años.
No es fácil, y lo leemos mil veces, reflexionamos en el momento, y después nos volvemos a dejar llevar por nuestros impulsos, sin pensar en aquello que nos tocó profundo. Lo simple es saber que de todo lo malo que nos pase, algo bueno siempre va a quedar. Los errores, los dolores, los fracasos, se convierten en experiencias. Y la experiencia es un símbolo de madurez, independientemente del tiempo que lleves en este mundo.

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