Hoy la vi. La vi y entendí todo.
Caminaba sola, como si la gente a su alrededor no existiera.
Ni en ese momento, ni nunca. Todos la miraban, incluso yo. Siempre quise ser de
esas personas que pasaban por entre un tumulto de gente sin ningún tipo de problema
(siempre elijo más bien pasar desapercibido y evitar las multitudes) que no
dejan de cantar la canción que están escuchando sólo porque alguien podría
escuchar. De hecho, hubiese querido estar un poco más cerca para saber cuál era
esa canción que la llevaba así, tarareando, caminando de esa forma, casi
bailando. Quizás así podría escucharla
algunas veces y recordarla. O al menos intentar ser como ella. Sentir una
conexión, no sé, que nos gusta lo mismo, que tenemos algo en común.
Todos se daban vuelta a mirarla y yo seguía ahí, viéndola,
como si caminara a su lado. Su perfume dulce se quedó impregnado en mí y me
aterra la sola idea de olvidarlo. Necesito encontrarlo, saber qué es. Aunque
seguro no es de esos que simplemente se encuentran en una perfumería, era la
mezcla de una fragancia con la suya. Con su piel. Con sus sentimientos, con lo
que estaba haciendo, con lo que había vivido.
Levantó su mano para llevar el cigarrillo a su boca y vi lo
que terminaba de crear una imagen perfecta. Sus manos perfectamente arregladas,
el cigarrillo cuidadosamente acomodado entre sus dedos para que la nicotina no
manchara lo que bien podría ser el mejor trabajo de manicuría que haya visto. Y
entonces imaginé sus manos sobre mi cuerpo. La imagen de sus manos, sus dedos,
sus uñas rozándome vinieron a mi como un flash de una película que nunca iba a
protagonizar. Sus piernas ligeramente bronceadas m regalaban un camino que
desearía recorrer todas las noches. Un camino lleno de deseos, de inspiración; de lujuria y amor.
Envidiaba a quien tuviera la suerte de tan sólo escucharla
hablar, de lo que sea, de algo que la enoje, de algo que le guste… Quería saber
cómo es su risa, si sería digna de una dama o una carcajada que rompería
cualquier esquema de perfección. Por un instante la imaginé llorar y eso m
destrozó el alma. Supongo que su caminar desinhibido y su autenticidad la
significaba frágil, capaz de romperse con un mínimo roce. La imaginé llorar por
razones nobles. Y quise abrazarla. Abrazarla y sentir su perfume. Su perfume y
sus huesos. Su perfume y su alma.
Suspiré y volví en mí. Y para mi sorpresa, ahí estaba yo.
Dentro de la multitud. De pie ante y entre todos, viéndola irse, seguir su
camino. Caminé rápido en dirección a casa sin mirar a nadie. Me pregunté si
alguien habría notado que había estado allí sólo observándola e imaginando un nuevo mundo juntos. Me senté y escribí.
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